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El nuevo libro de Amélie Nothomb

Hace unas semanas, Editorial Anagrama publicó la versión en español de El libro de las hermanas, una de las obras más recientes de Amélie Nothomb. La autora belga es una de las más leídas de la literatura francófona. Con un ritmo promedio de un libro por año, Nothomb sorprende constantemente con historias breves que atrapan por su fuerza desde la primera página. Por eso, desde que recibí el ejemplar de parte de Editorial Anagrama, comencé a saborearlo.

Aunque El libro de las hermanas no tiene la potencia de Cosmética del enemigo o Ácido sulfúrico (mis preferidos de Nothomb), sí se caracteriza por una exploración detenida de la mente de sus dos protagonistas, las hermanas Tristane y Laetitia. Sus padres se amaban tanto que olvidaron amarlas a ellas. Tristane lo resintió porque vivió una infancia solitaria, pero cuando nació Laetitia se volcó sobre ella y la salvó de la misma tristeza. A lo largo del libro, atestiguamos la construcción de la relación entre las hermanas, con sus momentos más felices, pero también con los más difíciles.

Tengo la costumbre de subrayar mis frases favoritas de los libros que leo. Comparto aquí las seis más destacadas de El libro de las hermanas y aprovecho para mencionar que le debemos la traducción a Sergi Pàmies:

Ningún espectáculo nos satisface tanto como el sueño de la persona a la que más amamos. Si encima el durmiente es un bebé, la felicidad va unida a un misterio: ¿con qué sueñas cuando tienes tres meses? (p. 50)

En el tiempo de la infancia solo existe el ahora. (p. 53)

—Déjalos con sus ilusiones.

—¿Qué son las ilusiones?

—Es creer algo bonito que no es verdad.

—¿Por qué?

—Es agradable.

—No me gusta.

—Tienes razón. Pero ciertas personas necesitan eso. (p. 74)

—Y a ti, que te encanta la literatura, ¿no tienes ganas de escribir?

—También me encanta el vino, y no tengo ganas de cultivar viñedos. (p. 149)

Cada alma tiene su herida, esta es la mía. (p. 69)

La muerte no significaba el fin del amor. (p. 165)

¿Ustedes conocen alguno de los libros de Amélie Nothomb? ¿Cuál o cuáles? Si no, muy buena parte de ellos están publicados por Anagrama. ¡Espero sus comentarios sobre estos libros!

Yo tampoco tengo tiempo para leer…

Año Nuevo. Te encuentras frente a tus doce uvas para pedir tus deseos y, como cada año, entre bajar de peso y ahorrar más, le dedicas una uva a la misma promesa de cada año: Leer más y leer mejor. Te visualizas leyendo diez, veinte, treinta, cincuenta libros y todos los temas de conversación que tendrás gracias a haber enriquecido tu cultura.

Empiezas con todo y los primeros días de enero acabas tu primer libro, lo que te genera ilusión. Encarrerado, piensas que este año es el bueno. Pero tan solo unos días después tu sueño se rompe. ¿Por qué? Por el mismo pretexto que todos nosotros hemos puesto alguna vez: “Es que no me da tiempo para leer”.  Lo entiendo porque yo también vivo atiborrado de cosas:el trabajo, la familia, los amigos,, el deporte, la vida social. ¿Cómo voy a leer si trabajo ocho horas, duermo ocho, paso dos horas en el transporte y, además, quiero atender a mi familia? Siempre tenemos otras prioridades, pero déjame decirte que existen herramientas para que optimices tu tiempo y puedas leer mejor este 2025. 

Te cuento algo que me tiene emocionado. A pesar de haber sacado adelante un montón de  actividades y proyectos distintos, el año pasado logré leer 51 libros. Pero no solo es la cantidad lo que me enorgullece, sino también la calidad. Exploré nuevos géneros, leí obras que tenía pendientes desde hacía años, leí con otras personas. Me emocioné, me reí, me enojé. ¡Navegué por esos 51 títulos con plena conciencia de que tenía algo para aprenderles! Por esto mismo te lo digo: ¡sí se puede encontrar el tiempo para leer!

Este sábado 25 de enero en punto de las 11:00 hrs (tiempo de la Ciudad de México), daré una Master Class totalmente gratuita y virtual, en la que compartiré contigo ocho estrategias que te servirán para leer más y mejor. Y para que veas que son más sencillas de lo que puede parecer, te comparto en exclusiva dos de ellas:

  • Establecer lugares y tiempos de lectura inamovibles
  • Cambiar distracciones por lectura

Si quieres saber las demás, únete, dando clic aquí. Haz efectivo el tiempo y cumple tu meta de leer más este 2025. ¡Sigamos leyendo!

¡Llega el audiolibro de Titivillus!

Mi abuelo Luis era un gran lector en voz alta. Mi papá lo es. Recuerdo nítidamente a uno y a otro leyendo distintos libros. Ambos ponían muchísima emoción en la narración. Yo me sentía como si estuviera viviendo la escena en carne propia, como si delante de mí se dispararan los cañones de un relato histórico que le encantaba a mi abuelo o como si tuviera enfrente a aquel Sherlock Holmes del que hablaba mi papá.

Escucharlos de pequeño me fascinó tanto que yo también quise convertirme en un buen lector en voz alta. En cursos y talleres, en reuniones, en cualquier escenario que se preste, en cuanto hay que leer algo y preguntan quién quiere hacerlo, yo levanto la mano. Es algo que disfruto, pues siento que le doy vida a los personajes y que, de alguna manera, hago vivir también al autor entre aquellos que lo estamos conociendo a través de sus letras. Y lo disfruto más cuando percibo la emoción de las personas a mi alrededor, la misma que yo experimentaba al oír a mi papá y a mi abuelo.

Leer en voz alta tiene mucho de actuación, que es otra cosa que siempre me ha llamado la atención (y que está en mi larga lista de cosas por hacer). Implica entender los pensamientos y los sentimientos de cada personaje, crear una voz para ellos, saber pronunciar no solo sus palabras, sino también sus silencios y hasta sus titubeos. Significa hacer vivir a alguien que en realidad no tiene vida.

Por esta magia, recuerdo que desde que comencé a escribir soñé con grabar mis propios audiolibros. Hoy… ¡hoy es un sueño cumplido! Para inaugurar la serie, elegí Titivillus, mi libro más reciente. Su protagonista es Faustino, un escritor joven y frustrado que termina por firmar un pacto con el demonio Titivillus para obtener todo el éxito que siempre ha soñado. Este le garantiza todo el futuro que desea a cambio, tan solo, de su pasado. “Cuanto más porvenir tengas, más tomaré yo de tus recuerdos”. 

Grabar este libro fue toda una experiencia: adaptar el texto, inventar la voz de los

personajes, actuar sus escenas, volverme loco en el estudio. Lo disfruté muchísimo y estoy seguro de que todos aquellos que lo escuchen lo harán también. Lo mejor es que la tecnología de hoy permite acceder a él con tan solo unos cuantos clics aquí.

El audiolibro llega, además, en un momento clave: el sábado 9 de noviembre tendremos un encuentro con toda la comunidad lectora de Titivillus. Esteban Vázquez (ilustrador del libro) y yo estaremos compartiendo un rato con nuestros lectores para conocer sus impresiones, saber qué les pareció la historia, escuchar cuál fue su pasaje favorito. ¡Hay tiempo perfecto para leer!

¡Nos escuchamos en Titivillus y nos vemos muy pronto en la charla!

Elemental, mi querido Hitchcock

Lupas, deducciones, armas y técnicas forenses han cruzado la literatura y el cine desde hace tiempo. Edgar Allan Poe le regaló al mundo el primer detective literario en 1841 y Arthur Marvin llevó a uno por primera vez a la pantalla en el año de 1900. Desde entonces, los detectives, sus ayudantes y también sus archienemigos se han apoderado de las páginas, de la pantalla grande y de la chica, y también de la mente de sus lectores y espectadores.

El género policiaco ha sido una de mis pasiones desde muy pequeño. Primero lo fue como joven lector, luego como escritor y finalmente como investigador. Dediqué mi tesis de licenciatura a ese tema y luego he escrito más novelas de esa tradición, entre ellas La joya robada, que recibió el Premio Nacional de Literatura Fenal Norma. A su lado, otra de las artes que me encanta es el cine, que ha retratado de forma extraordinaria a los detectives y también a los criminales.

Ahora me enorgullece lanzar el curso “Elemental, mi querido Hitchcock”. En él veremos cómo se ha transformado el género policiaco tanto en la literatura como en el cine y las series. Investigaremos a los propios detectives y seguiremos sus huellas para explicarnos cómo han interactuado con las historias de gángsters, el suspenso, la fantasía y hasta el narcotráfico.

Este curso será virtual para que puedan unirse personas de todos los rincones del orbe. Será a lo largo de los 4 sábados de abril de 10 am a 12 pm (horario de la Ciudad de México). Además, todas las sesiones se grabarán por si algún inscrito no puede asistir a alguna.

En la primera sesión veremos cómo se forjó la tradición literaria del policiaco con los primeros detectives como Auguste Dupin, así como la forma en que Sherlock Holmes y Hercule Poirot saltaron al cine. En la segunda sesión hablaremos de la fusión con el género negro y la llegada de los chicos malos con autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler; fue ese el momento en que Hitchcock dirigió películas llenas de suspenso y en que Humphrey Bogart se puso gabardina y sombrero.

En la tercera sesión hablaremos de las series donde ahora resultó que la policía era buena: C. S. I., La ley y el orden y muchas más. Para terminar, hablaremos sobre las mezclas del policiaco con otros géneros en la actualidad, a partir de casos como Élmer Mendoza y el narcotráfico, y Dolores Redondo y la fantasía. Traeremos a colación incluso las nuevas versiones de Poirot en el cine.

Un deleite para todos aquellos que gustan de resolver enigmas, leer buenos libros y disfrutar el cine. ¿Están listos? Pues… ¡acción!

¿Quieres más información? Déjanos tu correo y te contactaremos.

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10 frases favoritas de “La joya robada”

En las últimas semanas he recibido muchas impresiones sobre La joya robada por parte de lectores que van avanzando a través de sus capítulos o que ya terminaron la novela. Cuando platico con ellos, me gusta hacerles tres preguntas en particular: ¿quién sospechabas tú que era el asesino?, ¿cuál fue la escena que te dio más risa?, ¿cuál es tu frase favorita del libro? En esta entrada, quiero compartir a ustedes las 10 frases que más han gustado a otros. Lo que me encanta de la selección es que hay frases tanto de los momentos más cómicos como de los más tristes. Aquí van:

  1. Llorad cuanto podáis, que la tristeza abandona nuestro cuerpo por medio de las lágrimas. 
  1. Calla, ruin bellaco, hideputa bribón, inmunda rata, bestia de carga, rastrera serpiente, escoria malparida, almorrana del diablo. 
  1. Los delitos son una expresión de la condición humana, un estallido de los sentimientos. 
  1. Las ausencias también indican presencias, tanto como los silencios hablan.
  1. ¿Qué hay, mi señor, más mudable que la voluntad del ser humano?
  1. Hay que ir, por tanto, siempre a los fechos. Solo en ellos podemos creer. Todo lo demás es ilusión, una sombra, una ficción. (Punto extra para quienes saben de dónde vienen las últimas palabras. Pista: es un autor del Siglo de oro.)
  1. Sé quién soy hoy, sé qué siento, sé qué deseo; pero os ruego que no me preguntéis quién seré mañana, qué sentiré ni qué desearé ese día. No lo sé porque cambio, no lo sé porque el mundo cambia. 
  1. Aceptar las pérdidas es tan bueno al alma como abrir los brazos a nuevas venturas.
  1. Esto es tan verdad como que nadie se baña dos veces en el mismo río y que ningún caballero andante derrota al mismo gigante en dos ocasiones.
  1. Hemos de vivir nuestros años como si el mundo y sus elementos fueran para siempre, pero con la conciencia de que no lo son: así sabremos entregarnos sin mesura y sabremos también aceptar los finales.

Gracias, amigos lectores, por compartir conmigo lo que más les ha gustado de La joya robada. El detective don Quijote y yo nos regocijamos de saber que disfrutaron estas aventuras y las palabras en las que están expresadas.

En cuanto a mí, confieso que la 10 es mi favorita entre todas y también que río desbocadamente cada vez que leo la forma en que don Quijote insulta al asesino con la número 2.

¿Y usted, querido lector? ¿Usted por cuál de estas frases vota como favorita?

El derecho a decir «No me gusta Borges»

Fotografía de Jorge Luis Borges, tomada de la BBC.

Nuestra aventura más reciente en el círculo de lectura es el famoso ciego de Buenos Aires, el autor del inolvidable cuento “El Aleph”, el reseñista de libros inexistentes, el hombre que dijo “soñé esta mañana que me moría, sentía una gran sensación de alivio”. Nadie más y nadie menos que Jorge Luis Borges.

Mi primer contacto con sus cuentos fue durante la carrera. Primero cayó en mis manos “La muerte y la brújula” —que leí cabeceando de sueño— y luego “La casa de Asterión” —que me conmovió profundamente—. Pero fue hasta la maestría cuando realmente me puse a leerlo con el lápiz en la mano. Me enfrenté a su libro Ficciones, empezando por “La biblioteca de Babel”. Quedé impresionado por la cantidad de ideas tan deslumbrantes que sentía llegar a mi mente, a la vez que percibía la curiosa —y preciosa— sensación de que había muchas cosas que me pasaban inadvertidas porque no conocía todas las referencias. 

Luego leí el dificilísimo de pronunciar “Tlön Uqbar Orbis Tertius”, donde el narrador habla de un libro que no existe con tanto detalle que te hace pensar que tiene que existir. Dentro del cuento vi nombres conocidos, como el de Alfonso Reyes y Bioy Casares, y fui entendiendo los mecanismos que Borges usa para despistarnos, para hacernos confundir realidad y ficción. En otras palabras, las estrategias que usa para reírse de lo tradicional, de lo “legítimo”, y para carcajearse con todo aquel que entienda su juego.

A los pocos días llegué lentamente a “El Aleph”. Hubo pistas que no entendí (¿qué rayos tenía que ver la tal Beatriz Viterbo con todo el asunto?) sino hasta tiempo después, conversando con un amigo amante de Borges —quiero decir, de su literatura—. Comprendí que a Borges había que leerlo con paciencia, con el afán de hacer una autopsia de sus textos, de ir removiendo capas hasta dar con lo esencial. Ese mismo cuento me enseñó algo más sobre Borges: que es un seductor de mentes.

Curiosamente, en ese tiempo releí paralelamente El llano en llamas, de Juan Rulfo. Al leer a estos dos autores al mismo tiempo, me percaté de una diferencia sustancial: Rulfo me llegaba al corazón; Borges al cerebro. Con Rulfo, la frase “¿No oyes ladrar los perros?” me hacía sentir el mismo agotamiento que quien la pronunciaba y la súplica “Diles que no me maten” me hacía experimentar el miedo a ser fusilado. Sentía en las entrañas: con Rulfo sentía algo absolutamente emocional.

Borges, por el otro lado, me impresionaba intelectualmente. Cuando se arranca a enumerar todo lo que vio en el Aleph, en esa especie de microcosmos que contiene todo lo existente, enlista elementos en los que yo jamás habría pensando (“vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte”), pero sobre todo comete la osadía de decir estas tres palabras: “vi tu cara”. ¡Wow! Rompió la cuarta pared y, en medio del caos que está enunciando me dice, quitado de la pena, que me vio a mí. ¡A mí! 

Es el mismo tipo de impresión que se siente al leer “El jardín de senderos que se bifurcan”, cuando llegas a la línea que dice “El porvenir ya existe”. ¡Por Dios! ¿El futuro, que no ha ocurrido aún —por eso es futuro— ya existe? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿En qué tablilla está escrito? Son frases que podemos pasar de largo si no abrimos bien los ojos o si buscamos otras cosas en los cuentos de Borges. Para mí es eso: un cúmulo de sorpresas intelectuales. Y, como soy de esas personas que se sienten atraídas por lo cognitivo, yo no puedo evitar derretirme con Borges.

Bueno, con muchos de sus cuentos, no todos. No quiero idealizarlo. Y acepto que formo parte de un tipo particular de lector y que hay muchos a quienes esas sorpresas retóricas, literarias o conceptuales no les significa nada. Yo aplaudo a quien lee a Borges concienzudamente y dice “No me gustó”, también quitado de la pena, porque siempre he defendido que todo lector tiene el inalienable derecho a decir que un libro o un autor no le gusta, sea quien sea, haya recibido los premios que haya recibido. Porque al final eso es la lectura: conocer a otros a través de sus palabras y ejercer la crítica sobre ellas. Pero, por supuesto, para juzgar antes hay que leer y hay que hacerlo bien, hasta sus últimas consecuencias. Hay autores y libros para todos. Nosotros hemos venido a esta vida a conocer y disfrutar a todos los posibles.

Deja de decir que no tienes tiempo para leer y admite que no te haces el tiempo para ello

Pintura de Newell Convers Wyeth

En ocasiones me siento como un fraile, uno que se desvive por llevar no la palabra de Dios, sino el evangelio de la literatura hasta el último rincón de la Tierra. Constantemente converso con amigos y conocidos sobre el acto de leer. Algunos son apasionados y la conversación se da naturalmente. De un momento a otro, ya estamos hablando sobre nuestros autores y obras favoritos. Otros son lectores nuevos o no tan entusiastas, pero siempre hay un libro en común del que podemos hablar. Sin embargo, hay cierta clase de personas que se rehúsa a todo intento de ser bautizada: quienes dicen que no tienen tiempo de leer. Lo entiendo, porque a mí también me pasó en cierta etapa, pero el tiempo me ha hecho ver que esa frase es una enorme mentira.

Con paciencia franciscana, yo intento escuchar las razones por las que aquellas personas no leen. El trabajo es la más común. “Pf, estoy hasta el tope de trabajo; no me da tiempo de nada”. Otros hablan de la familia, sobre todo quienes tienen hijos pequeños. Y luego están los que tienen más pasatiempos que dedos, que brincan de un lado al otro en un mismo día para llegar a la clase de boxeo y después a la de pintura y al final a la de cocina. Pero para leer no, para eso no tienen tiempo. Aunque, como dicen ellos, “cómo quisieran tenerlo”.

Séneca declaraba que el único dueño de nuestro tiempo somos nosotros mismos y que, dentro de cierto margen, somos capaces de elegir a qué lo destinamos. Haciendo a un lado las obligaciones de las que no podemos librarnos de ninguna forma (incluyendo el tiempo que dedicamos a nuestras relaciones como la familia, la pareja y los hijos), a todos nos queda una buena cantidad de tiempo al día. Sí, bastante buena si hacemos las matemáticas. Y podemos decidir qué hacer con ella. La primera elección quizá sea si se la dedicamos a otros o a nosotros mismos. ¿Seguir trabajando, salir con amigos, hablar por teléfono, escribir por WhatsApp? ¿O mejor hacer algo que nos llene a nosotros mismos? Lo que sea, pero para nosotros: hacer ejercicio, dar un paseo, cantar, pintar, ver una película…

Es cierto que muchas veces, ya que dimos el primer paso de decidir darnos nuestro propio tiempo, caemos en lo más fácil: como ponernos una serie de 100 capítulos que llenará nuestro siguiente mes o como deslizar el dedo por las redes sociales hipnotizados por frases cortas, imágenes y videos fugaces. Eso no requiere ningún esfuerzo y, en cambio, suprime eficazmente el tiempo de encuentro que tenemos con nuestro yo más profundo y nos evita pensar sobre nosotros mismos.

Y claro, cuando venimos a ver, ya es noche, ya es muy tarde, ya no hay tiempo para otras cosas. Mucho menos para leer. Pero no pasa nada: leer no es urgente, nadie se ha muerto por no leer. Puedo hacerlo mañana. O pasado. O la próxima semana. Y total, si no lo hago, no pasa nada… Y así vamos dejando la lectura, posponiéndola o, mejor dicho, anulándola.

Ya en la entrada anterior cité a Borges diciendo que no se puede obligar a nadie a ser feliz (pues yo estoy convencido de que la lectura nos hace más felices), pero mi vocación evangelizadora me obliga siempre a intentar dar un empujón a quienes aún no han entrado al mundo de la lectura. ¿Cómo empezar a darnos nuestro propio tiempo para leer? Lo primero es fijarnos una meta. Hace unos años, yo mismo decía que no tenía tiempo para leer más que aquello que era parte de mi trabajo como escritor y como docente. Pero decidí que leer por placer me gustaba tanto que lo haría siempre al despertar y al acostarme. Mi día empezaría y terminaría con ese placer. ¿Cuánto? Al menos dos páginas. A veces leo un cuento completo o un par de capítulos, pero las dos páginas las cumplo siempre. Incluso cuando estoy muerto de cansancio me esfuerzo por mantener ese hábito.

Después de intentar con otros horarios, para mí esos dos son los mejores porque a lo largo del día se pueden presentar muchas situaciones fuera de nuestro control que afecten nuestro tiempo de lectura. Pero cada persona puede adaptar esto a su forma de vida. Y puede fijar cierto tiempo en lugar de una cantidad de páginas o encontrar otro tipo de metas.

Un mecanismo más que resulta muy útil es leer con otra persona o incluso con todo un círculo de lectura. Compartir las lecturas en tiempo real con otros apasionados es un buen impulso para mantener nuestra disciplina. Así lo disfrutaremos aún más. Y veremos que cambiamos las conversaciones sin importancia por las pláticas sobre los mundos fantásticos que estamos viviendo.

A mis círculos de lectura llegan personas por su propia cuenta, pero también hay grupos enteros de amigos, hermanos, parejas de novios o de esposos y hasta padres y madres con sus hijos. Entran juntos y muchas veces organizan un tiempo de lectura colectiva en casa. Todos ellos se dan su espacio para leer y respetan la lectura del otro. (Porque eso también pasa a veces: que cuando alguien te ve leyendo piensa que no estás haciendo nada y te interrumpe sin el menor empacho. Pero ese será el tema de la siguiente entrada.) Todos juntos leyendo cada quien por su lado, un oxímoron precioso.

Concluyo ahora. Leer es un placer, es nuestro placer. Y así como nos damos tiempo para respirar y comer, podemos hacernos tiempo para vivir otras vidas a través de los libros. Hay formas de hacerlo, no cabe duda. Podemos empezar por estas sugerencias. El que no lee, no es porque no tenga tiempo, es porque no se da el tiempo. En otras palabras, el que no lee es porque no quiere.

Leer es sinónimo de felicidad

“La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”, decía Borges. Leer es abrir la puerta a nuevas experiencias, dar la mano a nuevos personajes, comprar boletos de avión a nuevos destinos. Yo no cambiaría por nada una hora de lectura, en silencio o con un poco de jazz, con café o con chocolate caliente, con una cerveza y unas buenas aceitunas. Leer es un placer que enciende todos los sentidos y dispara la imaginación. Por eso, nadie tiene que leer, pero quien lo haga será feliz.

Muchos saben que les gusta leer, pero saben también que no encuentran el tiempo suficiente en medio de la vorágine diaria. Escuela, trabajo, familia, cuentas, pendientes… da la medianoche y otra vez no leí una sola página. Será mañana. Y nos convertimos en la persona del mañana. Y los libros se entristecen, incluso se enojan porque, otra vez, sus páginas no vieron la luz y sus personajes no cobraron vida.

Y está otra cosa: que si logramos leer, no tenemos con quién compartir. A diferencia del teatro o el cine, la lectura hoy en día es una actividad solitaria. Así que la emoción se nos va acumulando dentro de las mejillas página a página, pero no tenemos con quién desembucharla. Nadie lee el mismo libro que nosotros al mismo tiempo y, si acaso lo leyó antes, seguramente ya no recuerda el diálogo que nos ha fascinado esta tarde.

Así, la falta de tiempo y la soledad se yerguen como dos molinos que combaten contra nuestro intento quijotesco de leer hasta que se nos seque el cerebro. ¿Cómo enfrentarlos? Quizá… ¿Qué tal si hubiera un mecanismo que nos obligara a hacernos el tiempo y que a la vez nos diera amigos lectores? ¿Qué tal si volviéramos a leer como antes, en comunidad?

Los círculos de lectura son espacios perfectos para esto. En los que yo dirijo desde 2021, leemos un libro al mes. Vamos comentando impresiones y sorpresas a través de nuestro grupo de WhatsApp y al final tenemos nuestra reunión virtual para dedicar dos horas enteras a comentar la lectura con detalle.

Además, es un curso en el sentido de que exploramos al autor y su contexto, con el fin de entender qué significó la obra en su momento; y también evaluamos su trascendencia en nuestros días. Todos somos lectores, estamos ahí para disfrutar más los libros y para compartir nuestro amor por la ficción.

Este año tendremos dos menús para elegir, uno con lecturas imperdibles del siglo XX y otro con joyas latinoamericanas. Arrancamos el 8 de febrero. Si lo que quieres es leer este 2023, ¿qué estás esperando?

5 citas que pintan ‘Orgullo y prejuicio’ a la perfección

El segundo libro que devoramos en el círculo de lectura “Diez clásicos para el 2021” fue Orgullo y prejuicio, una novela que sigue vigente más de 200 años después de que Jane Austen la publicara. La trama quizá parezca simple: amores que lucen imposibles y que al final se concretan, pero en medio de ello hay una tela preciosa para cortar y hacer mil figuras con ella. El pan de cada día está compuesto por malentendidos, confusiones, y, sobre todo, orgullos y prejuicios. Tanto se muestra orgulloso Darcy como prejuiciosa Elizabeth. Son estos dos elementos los que deben hacer a un lado para ser capaces de apreciar la verdadera belleza en el otro.

Siempre es difícil elegir las partes favoritas de un libro y mucho más las frases, pero he elegido para compartir con ustedes 5 citas que pintan de cuerpo completo algunos de sus personajes y sus escenas más sobresalientes.

1. “Sí, la vanidad es efectivamente una debilidad. Pero el orgullo… donde en realidad hay una verdadera superioridad intelectual, el orgullo puede mantenerse siempre en sus cauces”. Quizá hoy tenemos en poca estima el orgullo, pero se debe principalmente a que lo confundimos con la vanidad. El vanidoso resulta desagradable a los ojos de cualquiera porque no deja de situarse por encima del resto. El orgulloso, en cambio, es aquel que valora lo que es y también lo que no es, en el sentido de que conoce su esencia y es consciente de que tales características le permiten obrar. El orgullo es hermano de la confianza en uno mismo, y sin ellos es imposible acometer cualquier empresa.

2. “Pero esa expresión, «amar apasionadamente», está tan manida, es tan dudosa, tan indefinida que ya no significa casi nada. Se utiliza tan a menudo para describir los sentimientos que se tienen por una persona a quien se ha conocido media hora antes como para describir la emoción por un amor real y verdadero”. Esto lo dice la señora Gardiner a su sobrina Elizabeth. Sin duda, uno de los ejes de Orgullo y prejuicio es el cuestionamiento sobre la esencia del amor, de la acción de amar y de lo que hoy llamamos enamoramiento. Bien preguntó aquello la señora Gardiner y, a mi parecer, hoy podemos hacerlo de nuevo. ¿Cuántas veces no escuchamos esa fórmula, no oímos que alguien ama apasionadamente? Habrá que preguntarse qué tan cierto es.

3. “Todo el interés de mi vida ha consistido en evitar esas debilidades que consiguen que un notable intelecto acabe haciendo el ridículo”. Esto lo dice Darcy en un sentido casi filosófico: el alma concupiscente de la que hablaba Platón se mueve hacia los placeres y cae fácilmente en el vicio, pero la razón jala las bridas del corcel y lo encamina al sendero de la virtud. En la batalla que cada uno de nosotros libra internamente, ¿qué fuerza va ganando?

4. “Querida… —contestó su marido [el señor Bennet]—, tengo que pedirte dos favores. El primero, que me permitas el libre uso de mi entendimiento en la presente ocasión y en segundo término, de mi biblioteca. Me encantaría estar solo en mi biblioteca tan pronto como sea posible”. Con su indiferencia y su humor, el señor Bennet es uno de mis personajes favoritos de la novela de Jane Austen. En esta escena, peleado con su esposa porque él está de acuerdo en que Elizabeth no se case con el señor Collins, pide con toda tranquilidad que no lo estén fastidiando.

5. Mientras llega la publicación que escribiré pronto sobre Ivanhoe (nuestra siguiente lectura), despido la selección de frases de Orgullo y prejuicio con una que no necesita comentarios, pues es simple y llanamente Elizabeth celebrando que irá de viaje, ella que sabe lo que es una travesía verdadera: “Mi queridísima tía! —exclamó entusiasmada—. ¡Qué maravilla! ¡Qué alegría! ¡Me das nueva vida y nuevas fuerzas! Adieu a las desencantos y la melancolías. ¿Qué son los hombres, frente a las rocas y las montañas? ¡Ah, cuántos momentos de emoción disfrutaremos! Y cuando regresemos, no seré como otros viajeros, que no son capaces de explicar nada de lo que han visto. Nosotros sabremos dónde vamos… y recordaremos lo que hayamos visto. Lagos, montañas y ríos, no se confundirán en nuestra imaginación ni cuando intentemos describir un lugar concreto empezaremos a debatir dónde se encontraba exactamente. ¡No permitiremos que nuestras primeras impresiones sean tan absurdas como las de la mayoría de los viajeros!”

Así, me parece, son los viajes de verdad, esos que se hacen caminando por un lugar desconocido y también a través de los libros. ¿Qué piensan ustedes sobre Orgullo y prejuicio?